Las portadas de los periódicos y los titulares de los telediarios destacan una situación tensa en los índices bursátiles de los países mediterráneos acompañado de una prima de riesgo al alza, sin encontrar un techo estable. Aunque estos datos macroeconómicos no son sino simples números para un pueblo azotado por una recesión de índole incomprensible. Sin embargo, detrás de cada cifra están reflejadas las circunstancias de millones de familias que a base de milagros logran pagar unas deudas insostenibles bajo la presión del que decíase tu amigo en tiempos de bonanza, pero ahora es el banquero de la barriada, marioneta de unos objetivos empresariales muy alejados de la realidad humana.
A pesar de la apacible serenidad que se respira en las plazas españolas, las Bolsas europeas gestan lo que será el inicio de una nueva etapa marcada por la conflictividad y el malestar. Los rumores de una Europa dividida por los intereses dispares de dos latitudes cada vez más alejadas, se aproximan a una realidad indeseable: la deriva del sur europeo en un inmenso mar de dudas. La inestable situación de la banca española acentuada por la nula actuación efectiva de las instituciones estatales, dio lugar a caídas vertiginosas del IBEX 35 acompañadas de grandes subidas de la prima de riesgo. La estabilidad económica es ya un hecho del pasado: los grandes fondos de inversión huyen con el fin de refugiarse en valores seguros, encontrando cobijo en los parqués alemanes y estadounidenses, las cajas de ahorro caen cual castillo de naipes arrastrando a los principales bancos españoles, los pánicos bancarios se muestran como parte de la rutina y la penuria de una población que ha perdido todos sus ahorros se refleja en cada calle.
Ante estos dramáticos sucesos, el Parlamento Europeo de Estrasburgo y el Consejo Europeo desde Bruselas, abrumados por las ayudas económicas exigidas por los gobiernos del sur, optan por tomar medidas drásticas: la salida de la UE de todo país incapaz de controlar las adversidades de una depresión nunca antes vista. Consecuencia de ello, Portugal, España, Italia, Grecia, Chipre, Malta, Croacia, Eslovenia, Rumanía y Bulgaria amanecerán en una atmósfera de desolación, impotencia y miseria. Miles de familias se hacinan en las calles víctimas de desahucios a la espera de la fundamental ayuda de las organizaciones no gubernamentales. El hambre, tras décadas de bienestar, vuelve a ser tema principal de los debates en el Congreso. La desesperación se apodera de cada rincón del país, brotando los actos vandálicos y el desprecio hacia una Europa que ha cerrado sus mercados a los países ex-comunitarios. La indignación se canaliza en la formación de partidos políticos radicales anti-europeistas cuyo único fin es acabar con las grandes potencias europeas, "autoras de la gran crisis que golpea con fuerza la cornisa mediterránea".
Las nuevas formaciones políticas, de ideología extremista, no tardarán en ocupar los gobiernos italianos, españoles, portugueses y griegos para emprender una guerra aduanera contra todo producto de la Europa septentrional: surge la Unión Europea Meridional. La guerra es inminente, los múltiples conflictos en aguas comunitarias, las trabas para cruzar las fronteras y las políticas de autosuficiencia cuyo objetivo es evitar toda mercancía extracomunitaria no hace sino agrandar unas tensiones políticas internacionales ya existentes desde el año 2008.
A finales del año 2013, la decisión del Parlamento Europeo de cerrar las fronteras comunitarias a cualquier persona o producto de origen sureño, constituyó la gota que colmó un vaso de rencor y resentimiento. Italia declara la guerra incondicional al país germano. El resto de la Unión Europea Meridional no tarda en sumarse a lo que algunos periódicos ya apuntan como la III Guerra Mundial. La antigua Unión Europea, ejemplo de cooperación, convivencia y desarrollo, se adentrará en una encarnizada lucha donde los únicos perdedores son los ciudadanos. Los países africanos y asiáticos ven en ésta una buena oportunidad para dar un empujón a sus economías mediante la venta de suministros básicos y armamentos. El viejo continente, tras casi un año de guerra, sufre un empobrecimiento insostenible, miles de personas sucumben ante la falta de alimento y millones fallecen en las filas de combate. El panorama es desolador, niños abandonados, ciudades devastadas y brotes de malaria, gripes y diarreas, consecuencias de un conflicto cuyo fin parece aún remoto.
Ante la desesperación y la falta de ayuda internacional, muchas familias encuentran en el mar su única válvula de escape. Las mafias se apoderan de un negocio muy atractivo y de grandes beneficios: hasta 10.000€ por trasladar a los exiliados europeos en pésimas condicionas a África o Asia, donde la paz y la posibilidad de llevar una vida digna empujan a millones de ciudadanos, mártires de un conflicto sin fundamentos, a jugarse sus vidas en un mar que pronto se teñirá de negro, fruto de los naufragios y cadáveres que ocupan las profundidades de las crueles aguas, barrera natural casi infranqueable. La avalancha de inmigrantes desemboca en políticas infrahumanas para evitar mediante todos los medios disponibles una lacra para los países desarrollados: el dar una segunda oportunidad a miles de europeos que lo han perdido todo, que se han jugado sus vidas para poder alimentar a sus familias, que han sufrido una guerra injusta de la cual ellos son solo víctimas, no protagonistas. Libia aprueba la ley Bossi-Fini que prohíbe a todo pescador prestar ayuda a las pateras de inmigrantes italianos; Mohamed VI de Marruecos autoriza las devoluciones en caliente en la frontera de Ceuta y Melilla, donde millones de españoles luchan por un plato de comida, así como dotar a la valla de cuchillas y acabar con los aglutinamientos de europeos a la espera del salto a la libertad; Bashar al-Asad desde Siria advierte sobre su negativa a la entrada de cualquier británico en sus fronteras y así sucesivamente, creando la desesperación de unos ciudadanos europeos cuya única esperanza se desvanece tragada por un mar que no entiende de sentimientos ni humanidad.
Hoy se cumplen tres semanas de una de las mayores tragedias ocurridas en la historia. Las aguas del Mar Mediterráneo arrebataron la vida a 800 personas de las cuales nunca sabremos sus nombres ni sus pasados, tan solo que son africanos y asiáticos, niños, hombres, mujeres y ancianos que vivieron condiciones tan extremas hasta verse obligados a arriesgar sus vidas sin contar con el apoyo de gobiernos europeos y, desgraciadamente, de millones de ciudadanos que, a pesar de la tragedia, los ven como enemigos invasores y no como víctimas de un mundo injusto pero viable para las grandes potencias económicas. Con todo ello quise exponer este ejemplo, quizá demasiado drástico pero no imposible, para contemplar las condiciones de estas personas desde una perspectiva diferente a la que los medios de comunicación nos acostumbran a enseñar. Dedico este post a aquellos 800 olvidados que nunca más volverán a ser portada de ningún telediario.
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Inmigrantes africanos en las costas de Motril, 7 de enero del 2014. |
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